Príncipes
Mientras, en salida pedagógica, un grupo de estudiantes atravesaba un espeso bosquecillo de pinos, tres de las más contentas e indisciplinadas colegialas se alejaron furtivamente del resto del grupo para jugarse una aventurilla solas. Todo hubiera salido bien si no fuera porque al día siguiente corrió la noticia que habían violado a las tres jóvenes dejándolas preñadas a todas. A los infelices violadores no los pudieron capturar; sólo hallaron en el bosquecillo apinado tres disfraces de príncipe (como en los de los cuento de hadas). Como las bellas jovencitas no pudieron reconocer a sus fugaces agresores, ya se verá, cuando nazcan las criaturas, que clase de príncipes eran.
El domador
Genio Difuso quiso domesticar de un soberbio puñetazo en el escritorio a una jauría de zorruelos bochinchozos que hacían la vida imposible en el claustro (jaula de adiestramiento). Las alimañas raposas, al olfatearlo, se azoraron y le mostraron el colmillo dispuestos a no dejarse amaestrar.
Como el domesticador de fieras no pudo así lograr su fin, decidió disfrazárseles de cazador. Desde entonces, los inquietos zorrillos se mimetizan con fingido temor cada vez que lo perciben.
Ahora, Genio difuso ha decidido no quitarse el disfraz.
Libreto
Estaba claro que el actor era perseverantemente malo. Aunque -hay que reconocerlo- sabía defenderse bien con la farsa. Era cosa de verlo proclamando, libreto en mano y con impostado estilo grecocaribe, el fin de la macabresca guerra. Pero los que con ojos bien abiertos seguíamos la patraña representada sabíamos que él. En sus fondos, lamentaría con toda su alma que algún día llegara la paz.
Iván Graciano Morelo Ruiz
Circo
Una remendada carpa tricolor cubría todo un país de cabo a rabo. Allí señoreaba cierto domador de bestias tan astuto, que en cada función lograba dejar al crédulo público embobado con su palabrería ilusoria. Él, además, era un entrenado mago, secretamente perverso: viendo que sus fieras querían escaparse a mejores pastos creando pánico entre la multitud, se las arregló muy bien, de manera que les susurró algo en sus peludas orejas, y así los convenció, con artilugios oscuros, para actuarán con fingida mansedumbre ante el ariscado público. A cambio, las aposentaría en reverdecientes y seguros predios donde pastaran tranquilas.
La tropilla de payasos de turno celebró con bombos y platillos este número circense y los espectadores, alelados, pidieron que el circo se quedara un tiempo más… Y se quedará, si los habitantes de aquel lugar siguen hipnotizados como están.
Iván Graciano Morelo Ruiz
La siesta interrumpida
Meciéndose en una hamaca a la sombra de un florecido almendro en un mediodía estival, Archila Pozal soñaba o recordaba –nunca lo supo bien- entredormido:
A la hora de la siesta, después de haber almorzado un sancochazo de pescado, vinieron por ellos unos oscuros pajarracos de mierda, mensajeros de la muerte, llenando de luctuosa soledad las hamacas en donde sesteaban. Aunque el miedo se apoderó del lugar, el único que permaneció inalterable fue el reloj trestornillos pulsado a la inocente mano izquierda –eterna ya- de Angelmiro Pozal.
Marranadas
En el fondo de un sucio y oscuro callejón se levanta, fulgente, una llamarada. Alrededor, como nocturnas sombras deshilachadas, algunos transeúntes harapientos se acercan creyendo que se trata de una comilona para ellos. Pero en realidad era una fogata en la que ardía con fragor infernal una despilfarrada cuadrilla de afiches políticos. El olor -irritante- a cerdo quemado los incitó a zambullirse en las llamas en busca de algo; pero, decepcionados, debieron descubrir que todo era un engaño. Y aunque ninguno pudo regresar del corazón de la hoguera a confirmar el embuste, el olor a marrano chamuscado se hizo más penetrante.
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