Circo

Una remendada carpa tricolor cubría todo un país de cabo a rabo. Allí señoreaba cierto domador  de bestias tan astuto, que en cada función lograba dejar al crédulo público embobado con su palabrería ilusoria. Él, además, era un entrenado mago, secretamente perverso: viendo que sus fieras querían escaparse a mejores pastos creando pánico entre la multitud, se las arregló muy bien, de manera que les susurró algo en sus peludas orejas, y así los convenció, con artilugios oscuros, para actuarán con   fingida mansedumbre ante el ariscado público. A cambio, las aposentaría en reverdecientes y seguros predios donde pastaran tranquilas.
La tropilla de payasos de turno celebró con bombos y platillos este número circense y los espectadores, alelados, pidieron que el circo se quedara un tiempo más… Y se quedará, si los habitantes de aquel lugar siguen hipnotizados como están.

Iván Graciano Morelo Ruiz

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