En un arrebato de amor se besaron apasionadamente delante del santísimo Trono de Dios, quien enfurecido por el sacrilegio ordenó descolgarles las alas y encadenarlos espalda contra espalda. Ella le dice a él, con seráfica voz: Amado mío, qué haremos ahora acá, si nos han condenado a vivir un cielo frío donde no podremos amarnos de frente…
Él cavilaba.
Entonces, en complicidad con el venal ángel guardián que los vigilaba, lograron soltarse y escapar hacia un tórrido país tropical de la tierra, bajando por las ya apolilladas escaleras que soñó el bíblico Jacob.
Pasado algún tiempo rompieron el idilio. Desangelados, ahora él, que en otro tiempo entonaba himnos celestiales, se desgañita cantando serenatas en un conjunto de mariachis, y ella atiende con lúbrico deleite una sofisticada sala de masajes eróticos.
Iván Graciano Morelo Ruiz
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