En el fondo de un sucio y oscuro callejón se levanta, fulgente, una llamarada. Alrededor, como nocturnas sombras deshilachadas, algunos transeúntes harapientos se acercan creyendo que se trata de una comilona para ellos. Pero en realidad era una fogata en la que ardía con fragor infernal una despilfarrada cuadrilla de afiches políticos. El olor -irritante- a cerdo quemado los incitó a zambullirse en las llamas en busca de algo; pero, decepcionados, debieron descubrir que todo era un engaño. Y aunque ninguno pudo regresar del corazón de la hoguera a confirmar el embuste, el olor a marrano chamuscado se hizo más penetrante.
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