Embarque


Por: Iván Graciano Morelo Ruiz (Colombia)

Era  día de embarque en la finca bananera El Silencio. Cada jornalero se dedicaba calladamente a su labor diaria, sin rochelear pelando la muelera como era costumbre, pues corrían rumores de la existencia de una lista negra, de que iban a hacer una “limpieza” en la finca.  En medio del sopor de la tarde hirviente,  el atronador eco de tres disparos atravesó la plantación y llegó hasta la empacadora. Todos allí se miraron con ojos temerosos y como preguntándose  quién sería el  “muñeco”.
El muerto  permanecía solo.  Llevaba dos días tirado a la orilla de un canalón.  Exhibía una cara seria y como reprochando  —inútilmente—  algo a alguien.  El primero que llegó a verlo fue Plutón, su viejo perro, el único que lo veló aunque con un solo ojo —había perdido el otro y una oreja en una lid de colmillos—. Guardaespaldas del cadáver, Plutón se encargaba de apartarle las moscas y los gallinazos a hocicada limpia.  
Un torrencial aguacero se desgajó sin pedir permiso a ningún diosecillo meteorológico. Sobre las rudimentarias techumbres tamborileaban los incontables dedos de la lluvia una tonada monótona y triste. Las diluviales aguas anegaron las verdísimas tierras de Urabá. Entonces el cuerpo de Emiliano Maldonado, tieso y duro como tronco de caracolí, boyó sobre las aguas derramadas del río Atrato.  Plutón, almirante fiel, tripuló el cuerpo inflado  de su amo, decidido a navegar las indómitas aguas de aquel Aqueronte lodoso.  Así fue como el barquero perruno defendió su embarcación de los carroñeros del aire, hasta que su navío se hundió bajo sus patitas tristes e impotentes.  Pero no se dejó ahogar de la pena, y remó con sus patas hasta acercar la orilla.
Eran numerosos los cuerpos, salpicados hasta la coronilla con mancha de banano, los que, desvencijados a punta de picotazos, bogaban río abajo deseando alcanzar, inmaculados ya,  su propio cielo, el mar, para narrarle a éste con la característica voz de los ahogados y jerga chilapa cómo había sucedido todo y otras quejas más.
Impasible, el mar lleva siglos acumulando estos expedientes de podredumbre en su lecho frío, mudo.  

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